lunes, 29 de marzo de 2010

Sin boleto de vuelta

No sé si es por haberme convertido en un burócrata recientemente o por el largo período de tiempo en el que no necesité abordar camiones, pero no fui bien recibido por el transporte público de la Ciudad de México.

Mi primer intento fue hace casi un año. Sólo debía avanzar unas cuadras sobre Reforma, pero no había tiempo para caminar. La decisión de abordar el camión no fue mía, pero la secundé.

El embate vendría por parte de mi propio bando. Al ofrecer pagar los "boletos" -pues, según yo, teóricamente se adquiere un boleto válido por un pasaje, aunque no lo obtengas físicamente-, las burlas no se harían esperar.

La segunda oportunidad fue hace un par de semanas, cuando necesitaba bajar de un extremo a otro de Constituyentes. Esta vez no hubo burlas, pero sí tuve que esperar cerca de diez minutos a que pasara el vehículo indicado.

Hoy debía recorrer esa misma ruta pero en sentido inverso. Decidí subir en camión, convencido de que la tercera sería la vencida.

Así como el tráfico de la ciudad pareció disminuir con el primer día de vacaciones -para algunos-, también el flujo del transporte público. Pasaron unos minutos hasta que el primer camión apareció, pero seguiría una ruta distinta a la que yo necesitaba. Pasaron un par de minutos más y subí al indicado.

Mal indicio el hecho que fuera el único pasajero a bordo de un autobus destartalado que apenas si avanzaba.

Lo anuncié en una llamada telefónica: ya estaba a dos minutos de llegar a mi destino. Parecía que la lentitud había sido el único inconveniente de ese día. Unos segundos después, el camión dejó de avanzar...

-"Ahorita lo arreglamos, joven. No se preocupe"- me dijo el señor de cabellera blanca que conducía la unidad.

Subí caminando, trajeado y con mi bolsa de tela, las cuantas cuadras que faltaban para llegar. Nada grave, pero me pregunto hasta cuándo me aceptará de vuelta y sin contratiempos la Red de Transporte de Pasajeros.

lunes, 26 de octubre de 2009

#InternetNecesario

Un movimiento guerrillero, que alcance cambios de manera radical y original, es lo que hace falta en México para lograr que la ciudadanía participe en la vida democrática y sea escuchada.

El lunes 19 de octubre, Alejandro Pisanti, experto en informática de la UNAM, publicó en su blog un post titulado Oposición a impuestos especiales a las telecomunicaciones y servicios de Internet, donde planteó que las telecomunicaciones no son bienes suntuarios sino necesarios, por lo que no debía aplicárseles el IEPS del 4% -ni del 2%, como ya sugería una propuesta alternativa- y que debíamos repetir hasta el cansancio que Internet es necesario. Esto se tradujo, horas más tarde, en el movimiento #internetnecesario dentro de la página de microblogging más conocida: Twitter.

Los mensajes enviados con esta etiqueta arrancaron con el acelerador a fondo, llegando a su máximo durante la media noche de ese mismo día, y enganchó a usuarios que apoyaron esta postura sin conocer su procedencia y, a veces, sus implicaciones.

Los nuevos rebeldes fueron escuchados fuera de su base de operaciones gracias a infiltrados en los medios de comunicación como León Krauze, Salvador Camarena, Mario Campos, Katia d’Artigues, entre otros.

La simpleza de etiquetar mensajes con la leyenda #internetnecesario ganó efectividad cuando los senadores, principalmente perredistas y petistas, mostraron sensibilidad –o astucia política- e invitaron a representantes twitteros a una mesa de discusión. La ganancia no se dio por acercarse a los políticos (por el contrario, fue una estrategia equivocada según afirma Salvador Camarena en su columna El error de l@s twitter@s, publicada en El Universal el 23 de octubre) sino por la articulación del movimiento. Acciones como la foto de este fin de semana son prueba de la naciente coordinación de este grupo, alcanzada por medio de tweets y social media.

Coincido con Camarena cuando dice que este movimiento debe concentrarse en aprovechar los espacios no convencionales, como Internet, y no lidiar de frente con la política en un medio en el que llevan todas las de perder debido a su inexperiencia.

El movimiento de la Otpor (resistencia, en español), en Yugoslavia, logró derrocar al régminen de Milosevic por medio de una organización sin jerarquías. Los jóvenes llenaron la ciudad de imágenes y graffitis de puños negros y propagaron una actitud de cambio entre sus familiares y conocidos. No había elementos para arrestarlos o enjuiciarlos, pero los cambios se lograron.

Una Otpor mexicana, que domine Internet y actúe de formas imaginativas cuando sea necesario, es lo que le hace falta y conviene a México para desarrollar una cultura cívica y política en una población cansada y apática.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Grava suelta

Por varios días había pensado en escribir, de nuevo, sobre mi eterno hartazgo con los males que se dan a diario en nuestras calles. No me refiero a robos, secuestros, accidentes y demás, sino al caos que se crea allá afuera.

La gente maneja mal. No es tan difícil manejar bien, ¿o sí? Me pregunto si estarán haciendo un esfuerzo por hacer lo contrario a lo que deben hacer. Eso sin tomar en cuenta el cerebro hidrosoluble de los capitalinos al cual ya he hecho referencia en otras ocaciones.

Ya olvidamos la premisa de que el carril de la izquierda es de alta velocidad, el de enmedio de media y el de la derecha para los cautos que gustan manejar a 20 km/h. Ahora parece que le tenemos miedo al carril derecho. Todos manejan por el carril central si van lento y por el izquierdo si van medio lento, entonces sólo queda rebasar por la derecha, cosa que debiera estar prohibida.

Los camiones no contribuyen. Debieran ir, támbién, por los carriles derechos (y fuera del Periférico), pero usan cualquier carril que su humor les dicte.

Cada día es más inverosímil el estado de las calles. Ahora, de un día al otro, dinamitan la calle, o al menos eso parece. Cuando lo arreglan no es mucho mejor, pues ahora creo que ni chapopote ponen, por lo que el asfalto dura media hora en su lugar antes de volver a erosionarse.

Por si fuera poco, los bloqueos como los de hoy convierten las horas transitables en un infierno. Un trayecto de media hora se transforma en uno de dos horas.

Además, cuando más se necesita, los policías llegan a ayudar ...quién sabe a quién. Por desgracia no sé quién les da las instrucciones de qué calle cerrar y dónde estacionar su patrulla pues, si lo supiera, ya habría ido a decirle algo.

¿Qué falta para que la SETRAVI, o cualquier otra dependencia que se compadezca, ponga orden?

domingo, 23 de agosto de 2009

Crónica de un regreso

8:25 a.m. Llegada a la pintoresca Tijuana. Tras un larguísimo aterrizaje (me gusta cuando el avión aterriza casi sin rebotes y logra frenar casi de inmediato), entramos al poco estético y nada sofisticado aeropuerto de esta ciudad. Caminé hasta las bandas de recolección de equipaje y me topé con un mar de gente. ¿Cuántos vuelos llegarán cada hora a Tijuana?

Aguardé mi maleta, compré mi boleto de camión a Ensenada y me dirigí a la salida. Avanzaría poco antes de toparme con una enorme fila para pasar, luego de mostrar tu pasaporte aún en territorio mexicano, rayos X.

Luego de diez minutos formado, un agente de seguridad comienza a decir que esa no es la fila, que la fila comienza en otro lado. Absurdo que lo diga después de que llevamos ahí, ante sus ojos, un buen rato. Nadie le hace caso e incluso hay quien comienza a gritarle "¡Fuera! ¡Fuera!". El uniformado desaparece y, un par de minutos después, un hombre distinto, sin uniforme, dice que siempre sí es esa la fila, que la otra es para la otra máquina. La gente, una vez más, no hace caso. Las filas terminan intercalándose sin ningún orden. "Bienvenidos a Tijuana" - grita en la fila un hombre de traje.

11:30 a.m. Ensenada, al fin. Caminé desde la minúscula estación de autobuses al hotel. Creí que estaba más cerca de lo que realmente está, pero aquí ninguna distancia es verdaderamente grande. Mi cuarto aún no estaba listo, por lo que bebí una margarita de cortesía (que invento tan desagradable es esa bebida, como casi cualquier otra mezcla que involucre tequila barato, presuntamente creada en el bar de un hotel de esta ciudad) mientras navegaba un rato por la red. En cuanto concluyó la media hora pactada para poder entrar a mi habitación, regresé por la llave y fui a desempacar. Hora de una visita a La Guerrerense.

Es una de las tantas carretas donde pueden comerse ceviches y/o almejas preparadas en este puerto. Su especialidad, a mi parecer, las tostadas de erizo. Aunque de un sabor naturalmente fuerte (hay quien dice que es como una cucharada de yodo), una vez cocinado, este animal cobra un sabor nada sutil, pero maravilloso. Todo tipo de salsas, procesadas o hechas por ellos mismos -mis favoritas-, están a la disposición para aderezar tostadas y cocteles. El agua de horchata es igualmente deliciosa.

Caminando sin rumbo definido -aunque en el inconciente seguramente lo estaba- llegué hasta el restaurante Del Parque, ubicado, efectivamente, frente a principal parque del centro de Ensenada. Un par de amigos trabajan ahí, tanto en la tienda de vinos -donde compré tres nuevas botellas para probar en las tardes de laburo- como en la cocina del restaurante. Fue una visita fugaz, que me permitiría ir a dormir al hotel antes de regresar para cenar con otra amiga.

8:00 p.m. En las mesas Del Parque. Por supuesto confié en las recomendaciones de mi amiga y chef Ismene y dejé que decidiera mi menú. Mejillones capeados con una mayonesa de hierbas, ensalada de arúgulas con callo y pizza de quelites con cebolla caramelizada fueron el fantástico preámbulo para un par de postres de ensueño: cazuelita de chocolate (al primer bocado me trajo recuerdos de infancia gracias al sabor a cáscara de naranja, la cual odiaba en aquella época y no comprendía por qué a mi padre le gustaban tanto cubiertas con chocolate) y panna cotta.

¿Quién pensaría que lo que bebería el primer día de vuelta en Ensenada sería, además del agua de horchata de La Guerrerense y un litro de deliciosa agua de cebada, cerveza? Me topé con la grata sorpresa de que en El Parque venden unas cervezas artesanales que quería probar desde hace tiempo. La sorpresa no terminaría ahí. Armando, un amigo que hace un año trabajaba en La Escuelita, andaba por ahí y resultó ser el nuevo encargado de la elaboración de esas bebidas de nombre Labricha -en memoria de un perro de Álvaro, el creador de este proyecto-.

12:00 a.m. Santo Tomás. Fue la verbena de la vinícola más antigua del valle, aunque no amerita más comentarios. Mucho más interesante el año pasado.

9:00 a.m. Sorprendentemente rutinario. Habiendo dormido cinco horas y luego de un refrescante baño, salí a desayunar al Rey Sol. Jugo de papaya y naranja, omelette de aguacate con crema y un pan dulce. Seguí mi camino hasta el Starbucks (digo "el" porque es el único en Ensenada, o al menos lo era hace un año) donde me topé a otra amiga que allí trabaja y donde permanecí varias horas trabajando para después, de regreso al hotel, recordar que ésta es, probablemente, la única ciudad del país donde el peatón tiene la preferencia absoluta -salvo que haya un semáforo- y donde se maneja ordenada y civilizadamente.

Tantos recuerdos...

martes, 11 de agosto de 2009

Sobre mi futuro político

Llámenme exagerado, romántico o ridículo pero hoy, al pasar al super camino a mi casa, un acto muy sencillo me cayó como bofetón luego de una charla con T.

Llegué a la caja, deposité todo en la banda, pagué y, luego de sellar mi boleto y tomar mis bolsas, me disponía a darle la acostumbrada propina a la señora que me ayudó cuando, no sin sorprenderme y a pesar de mi insistencia, me dijo: "No, no es necesario". Supuse que se trataba de una cajera quien, luego de cerrar su registradora, se dispuso a ayudar a empacar las cosas. Aún así pudo haber tomado las propinas ganadas por su no menospreciable ayuda, pero no fue así. Me pareció un acto de gran compromiso con su equipo de trabajo y su empleo mismo.

¿A qué va todo esto? A que acababa de hablar con mi casi-siempre-atinada y siempre sensata novia sobre mi meta en la vida y mi falta de compromiso para con ella (la meta, no la novia). Siempre he sido, como dije en un post reciente, cambiante. En algún momento pensé que formaría parte de una revolución, luego quise tener un puesto en el que pudiera poner en práctica políticas públicas limpias y efectivas, después quise ser investigador, luego enólogo... En fin, por eso no paramos. Sin embargo, ya es momento en que defina un rumbo y apunte las miras hacia el final del mismo, comenzar a forjar una carrera, una reputación y un prestigio.

Me gustaría ser enólogo, sí, pero la inversión en tiempo es mucha (en varios sentidos) y los sacrificios para ponerlo en práctica no son pocos. Tener un puesto importante en la administración pública es algo que, por ahora, no me convence... La grilla, como bien saben, es algo que no me inspira. Sin embargo, sí me gustaría contribuir a ese diseño institucional y al desarrollo de una cultura democrática en este país. Me gusta escribir, por lo que podría sumarme a las filas del periodismo, pero hay algo que me llama a algo más, algo parecido a ese terminajo de moda: "analista político". Sergio Aguayo es un buen ejemplo por su interés en la cultura política, pero simpatizo más con Ciro Murayama y su perfil, creo, un poco más intelectual y menos mediático. ¿Por dónde empezar entonces?

El primer paso, probablemente, deba ser el que sugirió, antes de estas conclusiones parciales, T: tomar un curso de redacción. Eso me servirá no sólo para este ámbito sino también para lo que espero conservar como un pasatiempo que pudiera llevar paralelamente: escribir sobre vinos y comida.

Para empezar, le mandé un mail a Ciro con un par de dudas sobre el Instituto de Estudios para la Transición Democrática. Después, buscaré un curso de redacción, tomaré el puesto que me ofrecieron en Expansión para conocer un poco acerca de comunicación institucional y periodismo y, finalmente, mantendré los ojos abiertos a una chamba más ad hoc con mis intereses, aunque me mantendría abierto a la posibilidad de trabajar en el sector público, para ganar un poco más de experiencia en gobierno y conocerlo de cerca.

Los sueños de ser el enólogo más reconocido de México quedan de lado. No por eso abandonaré mi gusto por el vino y la cerveza, la comida y el mezcal, el whisky y toda la cultura que gira en torno a estos temas. Quizás me inscriba, un poco más adelante, a los cursos para sommelier, escriba al respecto de manera seria y, a mediano o largo plazo, ponga en práctica mi idea de importar cervezas o whiskies e, incluso, de poner un baresillo.

Hoy, en pocas horas, mi rumbo de vida tomó un poco más de claridad.

domingo, 9 de agosto de 2009

Adicción en la red

Me he vuelto, de nueva cuenta, adicto a Facebook. No en la misma medida en que llegué a serlo hace un par de años ni por las mismas razones, pero cada que me conecto a Internet termino entrando a FB. La razón es sencilla: Biotronic.

Se trata de un juego en el que deben moverse fichas de distintos colores para formar líneas horizontales o verticales de al menos tres piezas. Suena absurdo, pero es uno de esos juegos que implican, a mi parecer, cierto reto a mi destreza. Puede tratarse de una obsesión por ganar puntos, superar mi record y el de los demás. Lo mismo llegó a pasarme en distintos momentos con juegos o pequeños tests de IQ, que me resultaban divertidos y estimulantes.

Como dije en el post anterior, recobraré mis tiempos de lectura, y para ello deberé dejar de lado Biotronic -al menos en cierta medida-. Será un duro golpe, pero así debe ser. Adiós Bio (así lo llamaré de cariño de ahora en adelante). Pasaré a visitarte de vez en cuando.