Anoche estaba en un Starbucks al sur de la ciudad y, de pronto, apareció una de esas mariposas negras peludas. Son horribles, sí, pero eso no justifica el terror que les tiene la gente. No les van a devorar la cabeza y a succionar sus sesos, no van a introducirse por ningún orificio de su cuerpo (a menos que tengan la boca abierta y se meta ahí por error) y no va a cortarles ninguna extremidad. No deja de sorprenderme que un amigo, cuya identidad no revelaré, le tenga pánico a esos animales. Me pareció increíble que un par de personas más se rehusaran a sentarse en la mesa junto a la cual estaba la palomilla esa inocentemente pegada al vidrio. Comenzaron a arrojarle cosas para que volara -siempre de regreso al mismo lugar- hasta que una mujer primero y un hombre después intentaron absurdamente tomarla de un ala para llevarla a otro lado. Absurdo digo pues a toda mariposa se le romperá el ala si se agarra de la orilla y agarrarla del centro resulta casi imposible. Finalmente la mariposa se recorrió un poco y ya nadie la peló.
Pocos minutos después compartí el sentimiento. Cuatro emos, dos hombres y dos mujeres, llegaron a sentarse en la mesa donde ahora se hallaba la mariposa. Yo me recorrí lo más que pude, no fuera a ser que soltaran algún polvo con el que me contagiaran alguna enfermedad rara. No me importa si me acusan de discriminarlos, sí, me parecen repulsivos y les tengo pánico. Sí, el mundo llega a ser sumamente absurdo y deprimente pero no exageren. ¿Tan sólo por eso deciden verse ridículos?
Seguiré burlándome de quien le tiene no asco sino miedo a esas mariposas. Me dan asco los mayates que se estrellan cincuenta veces en tu cara pero, ¿las palomas esas? Si no hacen nada más que reposar en la pared cerca de la luz.