Volví después de comer y beber cosas que acá difícilmente lograría: comida malaya, brunch neoyorkino, yakitori de ingredientes harto improbables de conseguir acá, grandísimas cervezas con mucha malta y mucho lúpulo -y que sí saben a cerveza y no a...- y muchas otras cosas. Me congelé un par de días, vi de cerca algunos de los raros especímenes de esa ciudad y caminé hasta que me dolieron las piernas y se me rosaron los muslos pero sobreviví.
En el aeropuerto -de allá, no de acá- vi a un señor con una cuarta parte de la cara de color morado. Vayan ustedes a saber qué le pasó. ¿Se habrá quemado, algún injerto, ácido o qué rayos? Iba con su esposa y un niño y me quedé pensando, ¿la esposa lo querrá tanto para verlo cada mañana junto a ella y no querer salir corriendo? Suena mamón lo sé, ni modo, pero si uno vive por años con una personas y de un día al otro le despierta cierta repulsión, ¿el amor siempre es más fuerte que esa especie de asco repentino? ¿Qué tal que lo quiere mucho pero ya no puede darle besos? ¿Pactan que él siempre hable de perfil y darle besos del otro lado?
Pobre él y pobre ella. Espero, sinceramente, que nunca me toque estar de ninguno de los dos lados.