viernes, 13 de febrero de 2009

Hace rato recordé esa impotencia que te deja con ganas de golpear una puerta, una pared o cualquier cosa que se ponga enfrente. IZ perdió/le robaron la cartera y, tras un rato de incertidumbre sobre si estaba en su casa botada o no, descubrió al cancelar sus tarjetas que le habían sacado unos 8 mil pesos de la tarjeta de débito y quizá firmado más cosas con la tarjeta de crédito. 8 mil pesos pueden o no sonar a demasiado dinero pero de cualquier manera son producto de su esfuerzo y sus ahorros. ¿Qué hacer? No me lo robaron a mí pero sentía la impotencia de no poder hacer nada por encontrar la tarjeta, por no poder acomodarle un golpe al responsable y por no saber siquiera qué decirle para consolarla. No hay nada que decir. Quizá el banco lo reponga tras horas de trámites de una averiguación previa en el MP. Aún si es así, no tendría por qué haber pasado por eso. ¿En qué piensan esas personas que toman el dinero de alguien más? Puede uno pensar que es responsabilidad del sistema que crea desigualdad e incentivos para este tipo de acciones pero, así sea la persona más humilde del país o del planeta, ¿qué le da derecho a quitar ese dinero de la cuenta de alguien más? Nada, evidentemente. Quien no respeta los derechos básicos del resto no tendría por qué gozar de esos mismos derechos. Incluso algunas especies animales segregan del grupo a aquellos que infringen sus reglas. ¿Mandar a la carcel y mantener a esos malhechores -cuando siquiera eso pasa- es la solución? Debiera existir un punto lo suficientemente inhóspito y lejano de cualquier civilización para enviarlos allá y que busquen sobrevivir por sí mismos. Si no lo logran...