domingo, 17 de mayo de 2009

Ser asexual en un pueblo así no es fácil. Mujeres que se acercan en la esquina a invitarte a subir, miradas que se entrecruzan con tu piel de forma incómoda o programas de T.V. que buscan de las maneras más procaces despertar deseo. ¿Qué quieren de mí?

Podría pasar semanas, incluso meses, sin pensamiento o fantasía sexual alguna. Sería casi un alivio. Descansar. ¿Es mucho pedir? ¿Dependo de una epidemia de influenza para evitar el contacto de la gente?

Pido, de la manera más atenta, que dejen de hostigarme. No quiero nada con ustedes. Termino sintiéndome sucio aún después de lavarme y tallarme por días con jabón y desinfectante. Semanas después sigo creyendo haber sido violado por una simple insinuación.

No me interesan sus cuerpos y las sensaciones que puedan acompañarlos. Prefiero conservar mi salud física y mental.

Si no pueden alimentar la razón y dejar de lado su animalidad, por favor, no me toquen.

Sólo una mujer asexual, sabedora de la predominancia de la razón sobre la pasión, puede hacer a mi mente alcanzar el mayor orgasmo que el mundo vaya a conocer.

¿Dónde estás, mujer, oculta de las fútiles emociones?

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